martes, 29 de septiembre de 2015

Hoy los demonios duermen, y en su sueño tranquilo los observo.
Puedo escuchar su respiración sosegada, y el rítmico latir de su corazón.

En la otra punta de la habitación, yo descanso también.
Hemos estado bailando sin parar, un tango de voluntades, hasta acabar agotados cayendo uno en brazos del otro.

Hace ya tiempo que sé que no puedo librarme de ellos. Cuando lo intento sacan sus garras y se aferran al núcleo mismo de mi ser. De manera que cada paso marca un doloroso intento frustrado de huida. No puedo ser.

Con el tiempo aprendí a dejar fluir el miedo y quedarme quieta, mientras ellos danzaban frenéticamente alrededor. Sus amenazas de filos y fuego me aterraban. Aunque, al respirar, al abrir los ojos, al sostener sus miradas vi que mi miedo no era nada comparado con el suyo.

Su existencia misma dependía de la mía, en hilos rojos estamos enredados, sin nudos que deshacer.

Como recién nacidos desesperados, abandonados, se rebelan y no desean abandonar su matriz, que soy yo.

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