domingo, 6 de diciembre de 2015

Se suponía que para esta edad mi vida estaría encauzada.
Se suponía que tendría un trabajo fijo, un marido, uno o dos churumbeles, la casa, el perro, el ficus, los dos polvos semanales, las tres horas de gimnasio, la hora de terapia, el viaje de vacaciones cada verano...
Se suponía que tendría muchas cosas.
Eso me decían.
"Tú estudia, que luego te vas a reír del mundo."
Pero yo nunca entendí del todo a qué se referían.

Estudié... Y seguí sin reírme del mundo.
A lo sumo alguna broma fácil o algún chiste malo.
Más bien, pareció que el mundo se reía de mí.

No me llegaron ni el trabajo fijo, ni el marido, ni siquiera un novio normal, ni los nenes, ni la casa, ni el perro, ni el ficus...
Porque nunca hice lo que realmente quería hacer.
Hice lo que otros esperaban que hiciera.

Hasta que dije basta.
De manera explosiva, caótica, sucia, desordenada...
Basta.
Porque mi castillo de naipes se desmoronó.
Porque estaba levantando un rascacielos sobre cimientos de espumas.

Y cuando dices basta pasan varias cosas.
Es como un accidente: caos, llantos, culpas...
La desorientación de la peonza, que después de ir dando tumbos se para de golpe y pierde el equilibrio... Y cae.
Te caes.
Y tardas un poco de tiempo, una vez pasado el susto y el dolor del golpe, en darte cuenta de que tienes que levantarte.
Porque sigues respirando.
Y si sigues respirando debes ponerte en pie.
Lo dice la letra pequeña del contrato.

Luego... ¿qué? Toca buscar el punto de apoyo para mover tu mundo de nuevo.
Te lanzas a buscarlo por mil sitios, en mil borracheras, en mil camas ajenas, en mil y una malas decisiones. Las mil y una historias de Sherezade.
Si tienes suerte miras en el sitio que más miedo da.
Dentro.
De ti.
¡Sorpresa!

Te buscas, te escarbas, te diseccionas para aprenderte, conocerte. Cerrarte las heridas. Mira que se te da bien abrirlas. 
Te echas sal y alcohol. No tequila.

Ahora puedes empezar de nuevo. Despacio, rehabilitación para tu yo indefnido. Que duele, es molesta pero necesaria.

Empiezas a habitarte de nuevo. De verdad. Empiezas a hacer lo que quieres. Poco a poco, primero con timidez. Vas ganando en audacia. Te emocionas, saltas y te caes. El dolor aparece de nuevo y no pasa nada: sientes porque estás vivo, aprendiendo, luchando por ti, salvándote. Merece la pena.

Hay que ser valientes, echarle un par de huevos u ovarios. Y más. Porque siempre habrá quien no comulgue con tu decisión, quien quiera traerte de nuevo a la senda. Pobre ovejita negra, ven con el rebaño.

Tienes que entender que tal vez, el molde te apretaba porque no estaba hecho para ti. Porque tenías que romperlo y crear uno nuevo.

¿Da miedo? Mucho. Y cuanto más miedo, más vas caminando hacia el lugar correcto.

La vida no es lo que nos contaron. La vida es la vida. Punto.
Si no te gusta el camino, cambia a otro. No pasa nada.
Al menos tienes valor para saber que no te gusta estar ahí, para plantearte todo.
No pasas de puntillas por la vida, ni te vendas los ojos.
Está bien.

Que mi vida no esté encauzada puede que sea lo mejor que me haya pasado nunca.
Porque me he pasado la mitad de ella luchando por ser yo, y pienso defenderme.

No tengo  trabajo fijo, ni marido, ni churumbeles, ni casa, ni perro, ni ficus...
Pero me tengo a mí.

Y soy más que suficiente.

Úr Qazris

No hay comentarios:

Publicar un comentario