martes, 18 de octubre de 2016

Náusea

La náusea me invade por completo.
No basta con parar el mundo para bajarme.
Siento la necesidad acuciante, punzante y vital de demolerlo y construir uno nuevo.

La náusea siempre ha estado ahí, desde que tengo conciencia de la crueldad del mundo.
Pero en las últimas semanas ha crecido descontrolada, empujando desde dentro,
apretándome la piel
y los huesos.

Amenazando con desbordarme entera al abrir la boca.


La náusea camina conmigo y me deja distraerme de vez en cuando.
No le importan mis intentos de olvidarla.
Es paciente.
Siempre está ahí.


Se ha enroscado firme y fría en la base de mi estómago
y algunos días
aprieta.


La náusea duerme conmigo.
Me sopla pesadillas durante el día.
Las noches son para la oscuridad.

La náusea me llena de bilis la mirada y crispa las manos que contienen demasiada ira.
Me llena la náusea.
Y no me queda espacio para más sufrimiento de mis hermanas, mis madres, mis hijas.
La injusticia ha perdido el sentido de su nombre.
El dolor no se aguanta a sí mismo.

La náusea es profunda, es antigua, es la entraña misma de nuestra existencia.

La náusea me llena y temo que, si la dejo salir, anegará el mundo entero de una brea venenosa.

La náusea se ha convertido en una compañera no deseada pero necesaria.
 En la mercenaria cruel de la guerra silenciosa.
Que nos arenga a continuar cuando no quedan fuerzas, cuando no hay esperanzas, cuando sólo podemos sentirla a ella.

Úr Qazris

Ilustración de Paula Bonet

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