martes, 21 de julio de 2015

Volvió del verano con el olor a mar en la piel, los ojos llenos de lecturas, el andar elástico de la danza y el pelo enredado de ideas. Exhalaba el perfume de fiera libre, de ser mitológico, de sirena. El aire de quien ha librado mil batallas y está dispuesta a seguir adelante, sin aferrarse a nada ni a nadie más que a sí misma. Había buscado lo divino y se había encontrado a ella.
No estaba destinado a ser. Lo sabía, y aún así se había permitido el fluir de sentimientos que la componían en su esencia. Había abierto su corazón de nuevo, había saboreado la herida. Esta vez, en lugar de destrozarse por dentro, decidió soltar. Lo había inflado como un globo, y lo había soltado un anochecer de agosto con sabor a tormenta. Al respirar en toda su gloria la pena, ésta pudo atravesarla dejando regueros a su paso. Estaba bien. De cada surco, de cada cicatriz nacería una flor la siguiente primavera.
El amor era ella misma, fuera correspondido por otro... o no.
No se vuelve del invierno sin la lección aprendida. Ni se malgastan más veranos sin arena y mar, baile y libros, viajes y libertad.

Úr Qazris

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