Camino
vacía de todo,
vacía de mí.
Muevo,
no sé cómo,
esta cáscara,
esta piel,
esta vaina.
Voy rozando mi corteza
en la corteza de los árboles
buscando abrazos primaverales.
Y no me llegan las ramas
a desenramarme
y me desentraño
buscándome.
No sé dónde estoy.
No sé si estoy.
Y mi sola presencia
me ahuyenta.
Mis pasos son tan lentos
que no me muevo de mí
y pierdo los bordes
que me contenían.
Araño el agujero negro
de mi pecho
que ni me traga
ni me deja escupir veneno.
Camino,
sonrío.
Y evito miradas a los ojos
para no descubrir mi infierno
para que no me saquen de mí.
He recogido mis trozos
tantas veces
que me hice especialista
en puzles de 10.000.
Y me tienta
desbaratarme de un manotazo
en piezas perdidas
y naipes marcados.
Voy sin nada,
desnuda de todo,
sin piel.
Sólo queda un pequeño,
mínimo,
diminuto
dolor constante en el centro.
O es un principio de infarto
o es un final de agonía.
O es que aún estoy viva.
No me decido.
Me saco.
Me vierto.
Me derramo.
Me deshabito.
Úr Qazris
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