viernes, 13 de noviembre de 2015

"¿Cómo no vas a querer volver?"

Pregunta llena de asombro, cuando manifiesto, a veces, mis dudas sobre volver a mi país, mi ciudad.

No se entiende el no querer volver a las raíces, el no querer estar cerca de familia y amigos, de las calles de siempre, la gente de siempre, lo de siempre.

No se entiende y por eso se nos deja muy clara la desaprobación que sienten por nuestra decisión. Una desaprobación fruto del amor que nos tienen, pero desaprobación al fin y al cabo.

Mis padres, benditos ellos, siempre me entendieron y me vieron lejos antes que yo misma. Pero porque son mis padres y tengo una gran suerte de tenerlos.

Y a los que no son mis padres, y también tengo suerte de tenerles, a veces no les salen las cuentas.
"¿Cómo no vas a querer volver?".
- Pues, mira, es que a mí, mi ciudad se me queda pequeña. Y quiero tener la posibilidad de hacer más cosas, de ver más gente...
- Sí, pero en Madrid te vas a hartar de gente, tráfico... Que no es lo mismo que ir de visita. Y aquí también tienes cosas para hacer. Porque...

Y les dejo hablar. Me pregunto por qué sienten amenazado su estilo de vida sólo porque yo demuestre que no lo comparto. Lo respeto, pero no me gusta. Y al fin y al cabo, eso es mi problema, ¿no? Pues no. Qué delicia arreglar los asuntos de los demás.

Simplemente quiero más. Me da un miedo terrible, me causa angustia, pero quiero más y llevar mis horizontes hasta donde yo quiera y no hasta donde llegan los de mi tierra natal.

Y... ¿Cómo no voy a querer volver?
Es que no quiero, no sé y no puedo. No puedo volver.

Cada vez que dejo un lugar, ese lugar sigue su ritmo, y yo el mío. Nos encontramos de nuevo, pero no somos los mismos. Mis ojos han cambiado la forma de percibir, de sentir, de llorar y de reír. Y choca, choca mucho volver. Porque en realidad no volvemos. Ése es el error.

Nunca volvemos del todo. No somos los mismos que cuando nos fuimos, y los que se quedaron tampoco son los mismos. Así que no es una vuelta, sino una exploración de tierras desconocidas, desde la falsa apariencia de "dejà vu".

No se vuelve a los lugares, ni a las personas. Todos vamos añadiendo capas de vida, como de pintura, grietas, desconchones, reparaciones, redecoraciones. Volver a la casa de la abuela y sentirnos grandes, grandes, grandes. Y la casa y la abuela pequeñita, pequeñita, pequeñita. Y se nos pinza en el estómago la nostalgia, como un escarabajo perdido, deseando encontrar/nos de nuevo, la vuelta al nido. Esforzarnos por meternos dentro, aunque no quepamos, y levantar un revuelo de plumas.

Y nuestros amigos son y no son, y nuestra familia es y no es. Que por el tiempo se han colado los días, los minutos, los segundos en que todo cambia y sólo vemos el producto final. Se nos esconde el truco del mago y sólo vemos a la chica cortada en dos.

Porque no volvemos. Y al querer volver nos estrellamos y nos quedamos en estado de shock. No somos nosotros, somos otros que también se han dejado parte en los lugares habitados. Yo soy mi yo de aquí ahora, más que la yo de allí. Y conciliarnos, reconciliarnos, no es fácil.

- No quiero volver.
- ¿Cómo no vas a querer?

No nos preguntan la razón. Simplemente no se entiende. Eres de aquí, somos tus raíces. Vuelve.
Pero es que no. Mis raíces están ahí, y aquí, y conmigo allí donde decido replantarlas para seguir creciendo. Es un error creer que se encuentran en un único lugar. Porque no soy un puñetero geranio. Y he seguido creciendo. Sin cortar las raíces de origen, pero añadiendo otras. Raíces flexibles que se expanden y alcanzarán allá a donde quiera ir.

Que yo no vuelvo. Que nos veremos, nos abrazaremos, nos querremos. Que me veréis cambiada, distinta y la misma. Pero no vuelvo, no puedo. Viajo a lugares ya conocidos por primera vez.

Así pues... No volveré.

Úr Qazris

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